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Conversacion III. El Abejorro y Yo

Con mi cabeza reposando en el pasto, bajo las nubes blancas que forman animales imaginarios y con el cálido roce del sol en mi rostro, pregunto al abejorro:

-¿Qué he sido?

Con un zumbido me responde:

-Una vez fuiste niño.

-Sí, lo sé – le reconozco. -¿Pero qué más he sido?

-Adolescente, hombre y a veces viejo.

Con un suspiro, volteo mi cabeza resignado y le digo:

-Y también he sido hombre de armas y hombre de leyes, superior y subordinado, marino y aventurero por algún tiempo. Aprendiz y maestro, músico aficionado, padre adoptivo y tío, filósofo confundido e incomprendido hasta por mí mismo, conocedor e ignorante…

Agobiado por todas las etiquetas que me he puesto y dejado imponer, descanso un brazo sobre mis ojos cerrados. Entonces el abejorro me susurra:

-¿Y qué sigues siendo?

Pienso por un instante, y con los ojos aún cubiertos respondo:

-Soñador, viajero, romántico, idealista, esposo amoroso e incondicional, amante de los animales, de la naturaleza, de las bellas artes y de la estética, protector y defensor, leal y fiel a mis principios y a aquellos que me son queridos…

Y aún así, con cierto grado de tribulación me cuestiono en voz alta:

-Pero, ¿qué quiero ser?

El abejorro se posa con calma sobre una de las margaritas que crecen a lo largo del pasto verde y me observa esperando la respuesta a mi pregunta. Y entonces empiezo a comprender. Comienzo a sentir. Es algo que anhelo en mi interior. Algo que busca escapar a su ahogo. Algo que no siento desde hace mucho tiempo y que una vez fui, sin etiquetas, sin títulos, sin tapujos ni obligaciones.

-Quiero ser narrador de historias –me respondo-. Contador de cuentos, descubridor de aventuras, conquistar experiencias, ser guía para el que quiera y estar en armonía con la naturaleza…

Entonces, con la caricia de la briza me levanto y el abejorro me vuelve a preguntar:

-¿Qué es lo que quieres ser?

Y yo respondo -Quiero ser el niño que fui.

Vuelvo a tumbarme sobre el pasto y cierro mis ojos con una sonrisa.

¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué somos y qué queremos ser? Muchos nos hemos hecho estas preguntas, y más que querer volver a ser niños, en realidad queremos volver a ser “como” niños. Tener esa curiosidad inocente y sorprendernos por las cosas como si las viéramos por vez primera, aunque las revivamos una y otra vez, como si de nuevas experiencias se trataran. Contarlas a los cuatro vientos, sin importar si ya nos fueron oídas durante las estaciones del año y ver la misma cara de asombro en todos aquellos a quienes se las contamos. Reírnos por todo y sentir nuestras emociones sin analizar por qué las sentimos. Sencillamente queremos ser.

“Para poder ser hay que hacer”, me dijeron una vez. Me pregunto, ¿qué tanto he de hacer?

Algunos dicen que el trabajo continuo y sacrificado es el camino. Otros, sencillamente que siga mi pasión y haré sin esfuerzo lo que me proponga.

Hacer por presión, hacer por deber, hacer por hacer incluso a costa de dejar de lado quién soy: “Haz algo con tu vida”. “Haz algo que aporte, sino un significado, al menos un ingreso”. “Ten constancia y no te rindas”, y pregunto: ¿aunque vendas tu alma a cambio?

Constancia, el único denominador común entre ambas posiciones. Sé esclavo de la constancia si quieres lograr algo en la vida.

Me pregunto, ¿a dónde fue el niño que fui? Al menos en ese entonces sabía quién era sin preocuparme por saberlo.

Ahora debo etiquetarme para tener un atisbo de quién soy, o peor aún, qué soy…

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