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Bohemio de la Vida… el Viajero Ideal

Es verdad, hay quienes ven a la vida como una aventura compleja, complicada y confusa. A veces te va cuesta arriba, a veces es espinosa, pero a veces, y las más de las veces es intensamente interesante y hasta atractiva, pero para algunos, es un placer irrenunciable.

Para ser un aventurero ideal en este constante ir y venir de circunstancias que ya están escritas en el libro del destino, uno ha de iniciar el viaje en el instante anterior a la escritura, sin reconstruirla sino recreándola.

No te preocupes en entender a la vida, no le sigas el hilo, ve con ella…

Muévete, y también detente y aprende a escuchar, pero no traduzcas. Obsérvalo todo, aspira todos los aromas y siente todas las texturas. Escucha las melodías que son savia y néctar de la misma existencia, degustándolas como quien, con paladar neófito, prueba por vez primera. Ahora existes porque has estado desde el mismo momento que precede a la creación.

Todo lo que está a tu alcance no te es indiferente. Son riquezas tan familiares como el suspiro que llena tus pulmones con substancia.

Para el viajero ideal toda anécdota que sobreviene es novedosa. Para ser el viajero ideal se debe ser algo de fabricador y algo de cuentista. Para estar en el viaje ideal uno debe tener ilimitada capacidad de olvido.

Un caminante ideal que conoce su destino desconoce el camino, porque siempre estará estupefacto y boquiabierto como un niño que por vez primera atrapa los colores con sus manos mientras los siente con sus pequeños ojos. Un caminante ideal desconoce el camino aunque en su alma sabe aquello que el trazador de pasajes solo intuye.

El peregrino ideal de este empedrado ya escrito por los dioses, trastorna el texto porque no se fía de la palabra del escritor, y cada vez que existe en un nuevo capítulo, agrega nueva capa de memoria al cuento. Lee cada capítulo que escribe y reescribe como si todos fueran la obra de un único escritor, fecundo e intemporal. Recorre con placer senderos conocidos.

Al viandante ideal de este fátum, no le preocupa volcar lo vivido en palabras porque cada apartado es sobrenatural, inevitable e ineludible, y sin embargo mantiene con gozo su libre albedrío y libertad. Se transforma en movimiento, fluyendo con la melodía que le sirve para comunicarse.

Al cerrar una etapa, el ideal inquieto del bohemio le hace sentir que, de no hacerse sabedor de su curso, el mundo sería más pobre, aunque después arranque las páginas que no le gusten. El bohemio ideal tiene un travieso sentido del humor y nunca cuenta los capítulos vividos. Es igualmente generoso y avaro, leyendo a la vida como si fuese anónima porque sabe, y a la vez desconoce su autoría. Juzga la portada de este libro que llamamos existencia y es pretencioso al pretender ser un erudito, aunque usa con placer el diccionario.

Cuando comparte las letras escritas con la tinta de sus experiencias y las funde con las de otros viajeros presentes y pasados, se mantiene inmortal. Y puede dejar de ser un protagonista y un espectador cuando después de cada primer beso deja su alma disuelta con otra, más sin embargo sigue interpretando y observando luego de dado el beso… Un amor no excluye al otro. Puedes enamorarte de al menos uno de los personajes de tu libro.

El viajero ideal en este hado fatal pero inevitable no sabe si es el andarín perfecto hasta después de acabado el libro. Comparte el ideal quijotesco y el deseo de la exquisita Bovary, la heroicidad de Ulises y la desvergüenza de Zazie, al menos mientras dura la narración. Pinta su ser más real, ficticio o, simplemente, su propia abstracción.

Sé politeísta, o no. Guarda, para cada etapa del viaje, la promesa de la resurrección. Encuentra respuestas y encuentra preguntas, confúndete y encuéntrate. Todo capítulo que escribas, bueno o malo, tiene su lector ideal. Debes estar dispuesto a no solo enajenar tu aprensión sino a adoptar una nueva fe. Eso sí, nunca digas: “Si solamente…”.

Si quieres ser un bohemio de la vida, lee en cada oración que otros te regalen, en cada párrafo, en cada capítulo y en cada libro tu autobiografía, mientras la tuya es la de ellos.

El viajero ideal en este sino no tiene una ciudadanía precisa, porque la vida en sí no tiene procedencia y las tiene todas.

Garabatea tus páginas y dibuja tus andanzas sin importar que debas esperar siglos para encontrar quien aprecie tu obra, porque al final carece de importancia. Hazlo por ti, de todas formas habrá quien estime, o no, tu obra, seres infelices, amables, encantadores, nunca morales o hipócritas. De todas formas puede que ni les conozcas. Escribe en los márgenes de tu libro, proselitiza y sé caprichoso sin sentirte culpable.

Proyecta y construye edificios sempiternos y a la vez efímeros cuyas bases estén inspiradas en mundologías, siguiendo o no las reglas, pero que provoquen un placer estético.

Al bohemio de la vida no le preocupan los absurdos, la verdad documentada o los dogmas, la fidelidad histórica o la precisión topográfica. No es un arqueólogo, no es un sacerdote, no es un letrado…, no es perfecto. Aunque reclama inflexiblemente que se protejan las normas y reglas que cada texto crea para sí mismo.

El bohemio ideal es, o aparenta ser, más avispado que el destino que le ha sido trazado, pero no por eso menoscaba al trazador. Llega un momento en que el bohemio ideal se considera el viajero ideal, pero las buenas intenciones no engendran bohemios ideales.

¿Eres de los que le gusta vivir sin juzgar la vida o de los que juzgan la vida sin gustarles vivir? Juzga la vida mientras gustes vivirla y llega hasta el final, pero al mismo tiempo ansía que éste no llegue. Esto es parte del viaje.

Recuerda ser el personaje principal de todos tus capítulos. El bohemio ideal de la vida es alguien con quien el escritor de su destino podría pasar toda la noche, a gusto, con una copa de vino.

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