Recuerdos
Simplemente me he sentado…
Me he sentado para dejar mis sentidos divagar, escuchando la voz del viento que me habla en susurros a través de las ramas de los pinos. Este viento de las montañas que me enseña que las cosas cambian y, sin embargo, permanecen igual.
Me transporto con la suave brisa y alcanzo los distantes riscos que se alzan frente a mí con la esperanza de ir más allá…, más allá donde aún quedan recuerdos por construir a tu lado.
Cada interrogante que acude a mí recibe un fresco soplo que azota mi rostro, e intento… de veras que intento, al igual que los druidas y augures de antaño, leer las señales que rodean mi espíritu debatido entre tantas lides.
Como una oleada fría azotando las puertas de un temporal, caigo en la cruda realidad de estar sin ser, de ser sin estar…, sin estar completo.
Falto ha quien soy sin ti. Falto ha quien soy porque necesito más que la suave brisa que me da esperanzas.
Muero con la caída de cada hoja antes del invierno, como el árbol que cede ante el impertérrito frío. Muero en el camino tomado que no podemos compartir. Muero al tener que dejarte ir sin saber qué hay más allá. Ahora los recuerdos me atormentan porque tuve que seguir con la esperanza vacía de advertir más allá de las estrellas un amanecer oscuro que se aleja cada vez más y más… Pero son los recuerdos los que me alimentan con su calor agridulce, esas remembranzas que nutren mi amor, que sostienen mi ilusión de buscarte, de mantenerte viva en mi corazón, en mi alma, en mi ser…
¿He renunciado a lo que he sido al dejarte atrás con tus sueños? Así lo siento en mi desgarrada alma, pero así nos ha sido decidido por el sino, y con todo el amargo dolor en el que me hundo, prefiero mil veces dejar de vivir para que tú vivas.
Por momentos me siento desfallecer ante el peso de las dudas y, aunque por crudas que sean las respuestas, sigo concluyendo que muchos son los caminos, y más allá de tratar de comprender cuál es el correcto debería sentirlo, respirarlo y dejarme arrastrar a él.
Estar seguros puede perdernos. La incertidumbre, una vez entendida libera. Permite abrir nuestros ojos a lo desconocido, como el atisbo de un rayo de luna a través de la niebla…, y es así como creo que nos permitimos conocernos…
Divago, desconozco, conozco y siento mi alma libre.
Hay momentos en que me dejo remolcar por las telarañas de mis inseguridades que crecen desde tiempos inmemoriales, pero luego, al sentir el sofoco que impide a mi alma flotar etéreamente, mi corazón grita ¡coraje!..., coraje para liberarlo, coraje para seguirlo, coraje para seguirte. Una vez me dijiste que si soy capaz de tamaña valentía, entonces podré velar por mí, y al poder velar por mí podré entonces entender a otros y sus circunstancias sin juzgarles, cuidar de ellos y dejarles también vivir.
Por ratos dejo de pensar sintiéndome sólido como mis montañas y libre como su aire, ése aire que condesciende al águila a planear e ir alto.
¿Qué me depara el futuro? Claro que me lo pregunto.
¿Quiero saber la respuesta? ¡No! ¡Mil veces no!
La vida, si alguna vez la dejamos entrar, nos dirá: “Soy todo lo contrario, soy todo lo que no debes saber de antemano… Tan sólo soy esa pequeña voz en tu alma que dice: ¡Hazlo!”
Mientras, serán mis recuerdos y yo, hasta la hora de mi partida, en que volveré a ti…
…y así el anciano guerrero, tendido en su lecho de paja, suspiró su último aliento, recordando a su bien amada.