El Tiempo
El hombre iba de un lado para otro de manera atropellada. Cogía una vara aquí, una piedra allá, recogía una cubeta llena de agua para soltarla donde la había tomado, y todo esto bajo la mirada atenta de los ancianos del pueblo.
Rascándose los cabellos ya desordenados, miraba de un lado a otro como si no entendiera qué estaba haciendo y, de hecho, así era. Había en el suelo unos trazos extraños que medía una y otra vez. Marcaba algunos puntos con ramas para luego removerlos y hacer un nuevo marcaje a la vez que miraba al cielo como buscando una señal.
Cerca del lugar caminaba una jovencita que rondaría los quince o dieciséis. Aunque muy joven, era conocida en la comarca por su sabiduría y habilidad para curar, lo cual le era atribuido por haber nacido seis mesina y además en una noche de luna llena. La chica se sentó bajo la sombra de un árbol cerca de los viejos de la villa, y observó con curiosidad el ajetreo del hombre.
-¿Qué hace? –Preguntó la moza al anciano más cercano.
-Diseña un patrón en el suelo para poder medir el tiempo.
-¿Y para qué quiere medir el tiempo? –inquirió la niña, ahora con más curiosidad.
-Pues creo que para saber con exactitud la hora del día –dijo otro de los ancianos.
El hombre, que decía ser un mago y un erudito, se mostraba inquieto y errático. No comprendía qué estaba saliendo mal. ¿Sería que no había suficiente sol que proyectase las sombras de las varas? ¿Sería que eligió mal la ubicación para su diseño pudiendo haber minerales que afectaban la polaridad de su compás de agua? ¿En qué estaba errado?
Al ver las vacilaciones del mago, la chica le preguntó: -¿Para qué deseas medir el tiempo?
Deteniendo toda actividad, el angustiado sabio se volteó sorprendido a ver su interlocutora. -¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Es que no sabes que el hombre, desde que es hombre, aparte de emplear los nombres para circunscribir los objetos y hacerlos suyos, al contar le es permitido definir y estructurar el mundo que le rodea? Midiendo el tiempo podemos contar y así entender el ritmo de la naturaleza.
La joven, que no dejaba de prestar con atención a lo dicho se volteó a ver a los ancianos de la villa, quienes no paraban de asentir dando la razón al mago.
-Pero si siempre hemos podido entender el ritmo de la madre natura sin dibujos y varitas que midieran su transcurrir. –Dijo la chica con un amplio gesto de sus brazos como queriendo abarcarlo todo a su alrededor.
-Mi querida niña –dijo el sabio con condescendencia, -es comprensible que muchas cosas escapen a tu entender. –Y en ese momento los ancianos dejaron escapar sus risillas. –La armonía de la naturaleza refleja la voluntad de los dioses, y es a través de los números que nos ayudan a medir y calcular que podemos acercarnos a la divinidad.
Observando la cara de incredulidad en la niña, el mago continuó: -Comprendo que te baste con el cacareo del gallo para levantarte, así como el amanecer, el ocaso y el paso de las estaciones para regular tu vida, pero eso no te da puntualidad.
-¿Y en qué mejoraría mi vida ser puntual?
-En que puedes aprovechar mejor tu tiempo y el de los demás, claro está. –Dijo el sabio sorprendido ante la pregunta. -Sabiendo con exactitud el tiempo en que estás, podrás llegar o irte a la hora señalada. Ni más temprano ni más tarde. Y el tiempo antes o después lo usarás para mayor provecho en otras actividades productivas.
La mozuela se quedó pensando en lo dicho mientras el mago seguía sus labores de cálculo y medición. Al cabo de un rato preguntó: -¿Y cómo puedes medir el tiempo si no puedes tocarlo o retenerlo? –Los ancianos dejaron de platicar entre ellos para oír qué respondería el sabio.
-Hace mucho tiempo, otro gran erudito llamado Aristóteles dijo que “el tiempo es la medida del movimiento según un antes y un después”.
-¡Como el movimiento de las estrellas! –soltó con alegría la chica.
-Exacto –dijo el mago –aunque es más preciso decir que es la tierra la que se mueve y en su movimiento regresa hacia donde las estrellas están ubicadas, por lo tanto hay un antes y un después en la aparición de las estrellas, siendo el antes el futuro, el después el pasado y el presente el momento en que las vemos sobre nosotros.
La chica y los ancianos parecían confusos ante la cháchara del sabio pero éste decidió no darles mayor importancia. Así se conservaba un halo de misterio alrededor de sus conocimientos y, por ende, mantenía su importancia ante los ojos de los ignorantes.
-¿Quieres decir que el tiempo se compone del pasar de muchos movimientos? – siguió preguntando la niña.
-Así es.
-¿Y es lógico pensar que esos muchos movimientos no pueden originarse en el mismo período de tiempo?
-¡Pues claro está! –dijo el mago de manera sobrada.
-¿Y si estamos en movimiento constantemente, y las estrellas que veo ahora dejan de estar en el punto en que las observo, esos movimientos se vuelven tiempo pasado?
-Bueno, dicho así…
-Diría yo –continuó su reflexión la chiquilla –que entonces el pasado parece excluido del futuro, y el futuro deriva del pasado, y tanto el futuro como el pasado proceden del presente. ¿Pero cómo pueden existir el pasado y el futuro si el pasado ya no está aquí y el futuro aún no ha sucedido? ¿Acaso esto nos deja en un eterno presente?
El mago quedó confundido sin saber cómo responder ante las interrogantes de la muchacha.
-No, no puede ser –continuaba la niña, -porque un eterno presente sería la eternidad, y no el tiempo. Y por otra parte, si nos limitamos solamente al presente y decimos que el mes actual es presente, siendo sus únicas fracciones reales un día, una hora, un minuto o un segundo, e incluso cada uno de esos segundos pudiéndose subdividir hasta el infinito haciendo sus medidas más cortas aún, éstas pasarían tan rápidamente del futuro al pasado que su duración sería prácticamente ninguna. Por lo tanto, ¿no sería correcto decir que todo este intento de definir el tiempo que buscas tratando de medirlo no está condenado al fracaso?
Los ancianos prorrumpieron en aplausos y alabanzas para con la joven, que en su sencillez había demostrado una lógica rayana en la perfección.
-¡Imposible! –dijo el mago tratando de no perder cara ante los más viejos de la villa. –El tiempo depende del movimiento de la Tierra, y de otros cuerpos como el Sol, la Luna y las estrellas. Como ya dije, el tiempo es la medida del movimiento, dependiendo de un antes y de un después. Es un intervalo en el movimiento del mundo. –Y con los brazos en alto observaba a todos cuantos le veían retándoles a desdecirle.
-Entonces, ¿por qué no usar el movimiento de todos los cuerpos? –preguntó inocentemente la moza.
-¿A qué te refieres?
-Recuerdo una historia que contó el cura del pueblo. Se trataba de un señor llamado Josué quien gritó: “¡Detente, oh Sol!, y en ese instante el Sol se detuvo, ¿pero el tiempo no siguió transcurriendo? ¿Pero qué tiempo era ese? ¿El de la conciencia de Josué o el de su cuerpo, o ambos?
Ninguno de los presentes supo qué decir ante tales preguntas. La niña observó fijamente al sabio, luego a los ancianos, para luego levantarse y mirar a su alrededor.
-Creo yo que no podemos medir el pasado, ni el presente, ni el futuro ya que no existen.
Los ancianos volvieron a asentir dándole la razón.
-Pero –y aquí todos levantaron los ojos al cielo en un gesto de resignación al percatarse que la muchacha aún no había terminado su razonamiento, -¿no medimos el tiempo cuando decimos que algo tarda mucho tiempo en ocurrir, o pareciera que nunca pasara o que ha pasado con mucha rapidez?
-¡Claro! –dijo uno de los viejos de la villa. –Es como cuando se dice que un día es aburrido y largo, o que fue divertido y pasó demasiado pronto.
Y todos los ancianos estallaron en carcajadas. Cabizbajo, el mago se acercó a la niña y le dijo: -Pequeña, tienes razón. Me has demostrado que el tiempo también puede ser medido de manera no métrica. Ciertamente, no podemos negar que tal vez exista una utilidad en poder medir el tiempo en nuestra vida diaria, sin embargo, si transcurre el tiempo o no, todos seguiremos siendo mortales, así que pregunto, ¿cómo podemos seguir viviendo aceptando lo que hemos sido, tan solo para morir luego?
-Depende de cómo vivas mago –dijo la niña. –Si te paras frente al Sol naciente, y el astro mayor cruza lentamente el cielo, podríamos decir que el pasado está delante de ti, y el futuro a tu espalda, siendo que el pasado es algo que ya conoces, mientras el futuro aún no te es conocido. O podrías ver al futuro hacia adelante, como cuando esperas a ver que te deparara la semana siguiente, saliendo así al encuentro de lo que viene desde atrás y no está aún delante de ti.
El mago se enderezó repentinamente y se acercó a los dibujos y formas trazados en el suelo, para luego barrerlos con sus pies haciéndoles desaparecer entre el polvo y la tierra. –En ocasiones –dijo el sabio, -creemos que el futuro es algo que llegará aquí en algún momento, mientras que el pasado se aleja de nosotros. Ahora creo que el futuro es el lugar hacia el que iremos y no algo que vendrá a donde nos encontramos.
La niña se acercó al mago y le tomó de la mano.
-Entonces, padre, caminemos juntos.
Nota del autor: Esta historia está inspirada en gran parte en los escritos dedicados a explorar el concepto del tiempo, hallados en el Libro XI de las Confesiones de San Agustín, y siendo que es un tema que abre las puertas a debates sinfín, el relato únicamente se hizo con la idea de entretener y no establecer una verdad absoluta sobre una u otra interpretación sobre este tópico.