Veo, veo...
Veo, veo… ¿Qué veo?
Alguna vez he jugado este juego pero ahora no lo recuerdo.
Ahora sólo veo noche. Una penumbra que no comprendo, pero que abrazo en mi interior como si fuese yo mismo. No le temo, no le rehúyo, porque sé que hay un candil que resplandece.
Tal vez el “qué” esté errado. No te encares a la luminiscencia te confieso... ésa no es la cuestión. No es la luz la que te permitirá ver. Más bien has de fijarte en el farol del que proviene, como desde tiempos remotos han hecho los marinos al alojar sus quimeras y deseos en el faro que guía su derrotero. No en el navío, no en sus jarcias, sino en la baliza que emite la cálida luminosidad.
Sólo tú concibes el crepúsculo que ensombrece tu espíritu, y sólo tú fraguas la llama que la aparta, porque eres la vela que alumbra tu aliento, eres la Lucerna que refulge en tus ilusiones y esperanzas.
Veo, veo… ¿Qué veo?
Ahora recuerdo.