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Un Poco de Lluvia...


La figura caminaba bajo la oscura cortina de agua como si de un día soleado se tratara. Los vecinos sorprendidos por el temporal se asomaban a los ventanales, y al verle caminar se preguntaban cómo puede andar con tal sosiego bajo un aluvión que, no por menos, podría equipararse al diluvio universal. No llevaba paraguas ni sombrero. Tan solo su camisa de trabajo y unos pantalones de pana grueso.

Siendo las callejuelas tan estrechas, podían todos ver de cerca la sonrisa que se dibujaba en su rostro afable. Cada respiro era nueva baza de vida. Cada gota que le aguijoneaba le hacía exhumar alegría.

Un niño recién asomado con su madre en el rosetón de la sala advierte al hombre pasar. –Madre, ¿por qué no se cubre del aguacero? ¿Y por qué está tan feliz? ¿Y si se resfría?

-Es porque no tiene miedo –dijo la madre.

-¿Y por qué no? Llueve a cántaros y los truenos son tan fuertes que duelen los oídos.

La madre vio con ternura a su hijo y, acariciándole los cabellos, vuelve a ver al hombre que desaparecía por la calle que daba vuelta a la casa.

-No tiene miedo porque disfruta de la vida a pesar de sus avatares. Es verdad que llueve como si el cielo se hubiese convertido en el mismísimo océano, pero no es más que lluvia y lo peor que puede pasarle es que se moje hasta los tuétanos. –Y sonrió al ver al chiquillo reírse. –Además, no importa si va más rápido, de igual manera se mojará.

En ese instante el chaparrón arreó con más ímpetu y el niño se encogió al lado de su madre. -Así como a ti te gusta tomar chocolate caliente cuando llueve, a él también le gustará, y sabe mucho mejor luego de haberte empapado de esta guisa, ¿no crees? –Y el niño asintió.

-Además, en la vida todo tiene solución y únicamente depende de cómo tus ojos vean cada acontecimiento. –Dijo la madre a su hijo abrazándole.

-¿Y si te mojas en la lluvia y sientes frío? –Preguntó el niño aún aferrado a las faldas de su mamá.

-¡Pues a la tina y un baño tibio! –Y ambos rieron.

Tomando con sus manos el rostro del pequeño la madre le dice: –Yo lo hacía muy a menudo cuando tenía tu edad y es una sensación refrescante y liberadora. Sientes que nada te detiene y que el agua limpia todas tus preocupaciones. Así que acompáñame a la puerta trasera y salgamos a jugar.

Y abriendo la puerta que daba al patio, un rayo iluminó brevemente lo que parecía ser la figura del hombre que caminaba bajo la lluvia, quien sin más, despareció tras las risas de la madre y su hijo.

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