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Ella

-¿Por qué te despides diciendo “Siempre Tuyo”? –le preguntó ella al caer el atardecer. –Ni yo soy tuya, ni tú eres mío –le dijo con una sonrisa que irradiaba una sabiduría ancestral, aunque ella misma no lo supiese.

-Pero es cierto –contestó él con sutileza.

-Entiende, no voy a darte por sentado, así como tú tampoco debes darme por segura. Tú nunca serás mío y por eso te tendré para siempre. Pero si deseas marchar, no seré yo quien te detenga. Eres libre, ¿comprendes?

-Sí –dijo él viendo como se alejaba poco a poco. –Al hallarte por primera vez -continuó diciéndole él, -sin entenderlo en ese preciso instante, mi alma ya estaba unida a la tuya. Puedo alejarme, cierto es, pero no dejaría de ser verdad también que yo seguiría siendo tuyo, por muy libres que tú o yo seamos. Esa es mi elección, y de un mismo modo me hace sentir liberado.

Él percibió en ella la acostumbrada picardía que alimentaba su espíritu noble y juguetón. Hablaban y hablaban sin parar, aunque el tiempo se les agotara con suma rapidez, sintiendo como si ambos poseyeran un conocimiento silencioso que les había sido dado desde tiempos remotos, y que les hacía vislumbrar lo que el uno sentía por el otro. Y aunque esto en un primer momento podría atemorizar, e incluso dejar desamparados a muchos, para ellos era la esencia que daba sentido a sus existencias. Habían comprendido que aceptando su amor, libre de ataduras y obligaciones convencionales, sus vidas pasaban a tener un sentido sagrado.

Ella, sin caer plenamente en cuenta, era una Guía, una Maestra, que le había enseñado a él y liberado, permitiendo que sus conocimientos adormecidos, y antes manifestados a través de meras intuiciones, volvieran a la luz. Él volvía a ser quien era.

Sus caminos siempre habían estado unidos desde los albores de la vida misma, desde que la pregunta “¿para qué estamos aquí?” surgió en el mundo, y no les hacía falta las religiones, ni lo material, ni las riquezas, ni limitarse a vivir el momento sin preocuparse por las consecuencias sin vivir realmente. Él sólo necesitó saber que ella estaba, y esto le procuraba el entendimiento suficiente para vivir con humildad y no tener que falsificar respuestas ni explicaciones a lo que ameritaba un sencillo “no sé”. No le hacía falta buscar, no le hacía falta inquirir la razón de su existir. Un simple “no sé” es lo que hace falta para comprender que existe un motivo para estar aquí. Con ello basta. Tal vez, en algún lugar y en algún momento la pregunta será respondida. Mientras tanto, gracias a ella, él sabía que cada minuto vivido tendría su significado. Un significado mayor que él, mayor que ellos, mayor que todo. Sí, había un motivo para estar aquí y el saberlo le era suficiente para participar en lo hermoso de la vida, siguiendo los propios deseos, los propios sueños… Así, ambos se transformaban en un instrumento de Dios, entregándose por entero a cada instante.

A través de la inocencia, candidez y pureza de ella, él entendía lo que siempre le fue conocido y transmitido por los cielos, los bosques, los mares, las montañas y los desiertos: No necesitaba buscar sino aceptar, haciendo así que la vida fuese más intensa y más brillante, por muy corto que fuese el tiempo que les era dado.

Él sabía que ella no le pertenecía, y por ello era suya eternamente. Ella era un regalo como la flor en la que está el verdadero sentido del amor. Pero no como cuando alguien la regala o intenta poseerla, siendo que así únicamente verá marchitarse su belleza, sino limitándose a mirarla en un campo, donde permanecerá para siempre con ella, combinándose con el atardecer, con las abejas que beben de su néctar, con el olor de tierra mojada, con la brisa que le acaricia y con las nubes en el horizonte.

Él la amaba porque ella era libre, brindándole todo su amor sin ligaduras ni condiciones. Ella ha enfrentado su camino, cuando pocos tienen el valor de hacerlo prefiriendo seguir un camino que no es el de ellos. Amándola, él es libre también, aunque esté unido a ella por siempre… aunque sólo pueda rozar su bello rostro brevemente. Ella la Luna, él el Sol.

Y es así como surgió la leyenda de un eterno amor…

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