Águilas Blancas...
Ella era como el Sol, radiante y alegre. Él era como la Luna, tranquilo y sereno.
Verla era experimentar la alegría en su forma más originaria y natural. Incluso el más avezado y flemático de los seres no podía escapar a la atracción de tan gozoso caos sin dejarse llevar por la anarquía de sus risas. Sus movimientos danzantes y cabellos revoloteantes le atrapaban como la luz a la luciérnaga.
Ella reverenciaba la paz y armonía que él transmitía. Atraída por su melancolía, estaba determinada a prometerle su corazón y todo soplo de vida que le quedara mientras vivera. Él nunca había conocido tal celebración a la vida, sintiendo cómo todo su ser se llenaba de una exaltación que entibiaba poco a poco su alma, y es así como él ofrendó su vida para acompañarla eternamente.
Él se maravillaba al advertir lo extraordinario que era estar vivo, algo que daba por sentado y que a veces ni apreciaba; sentir como al respirar obraba el más maravilloso de los milagros, y ella, siempre ella a su lado, le animaba con su mera presencia a descubrir, encontrar y sentir, abriendo su corazón al Universo.
Sus ojos nunca habían visto colores más brillantes y matices tan petulantes y entrometidos de la naturaleza que se mezclaban con adoquines de aromas y perfumes, colisionando todo con sus sentidos y sentires. Nunca se cansaba de todas estas nuevas emociones y sensaciones, nunca cesaba de buscar por más. Y ella, con toda la alegría que su corazón embargaba, seguía arropándole infinitamente jurando hacerlo por toda la eternidad.
Es así como al tiempo, la luminosidad que le había inflamado de tanta vida, comenzó sin aviso a desvanecerse, pero ella, a pesar de todo, seguía irradiando luz con sus ojos y sonrisa… seguía siendo la chispa de curiosa picardía que atravesaba su alma aclarando todos sus secretos.
Las leyendas y poesías refieren que al poco tiempo él la siguió, manteniendo así su promesa de amor eterno, y hoy se les puede ver con su blanco plumaje en lo alto de las montañas, acariciando sus nevados picos y abrazando las cándidas nubes, guardando a todos los seres con su tierno manto de esperanza y amor.